lunes, 25 de febrero de 2013

Cuando llega el frío

Las montañas despiden vientos gélidos, vientos como de muerte y desaliento. El horizonte anuncia con un velo gris el día oscuro que se avecina. Cuando llegue el frío abraza a tus hijos y caliéntalos con el vapor de tus lágrimas; abrázalos fuerte y que el viento helado que se aproxima no se los lleve. Cúbrelos de besos y arrópalos hasta el cuello y tápales bien los pies. Enciende el fuego de la habitación; que no pasen frío, que el viento de muerte que entra por las ventanas no se los lleve. El invierno es así de cruel: arranca a los niños de sus camas y les congela las lágrimas y ahoga sus gritos; una madre debe protegerlos. Ama a todo el mundo cuando las montañas envíen a sus tropas como espíritus de muerte. Cierra las puertas del balcón; no se enfríe el amor que seca las ropas húmedas. Dile a tu amado que venga, que no vacile y que cierre el portón que da paso al patio. Tu amado te anuncia que el día se avecina negro, como de noche y que el sol se ha apagado. Te dice que los vientos han llegado a las puertas de la ciudad y que si los niños están bien arropados. Tú le besas como si tus labios pudiesen fundir el hielo del norte, como si el fuego de tus manos pudiese frenar los vientos que se acercan. Tu amor es una llama que se apaga con las gotas del invierno. Pero él te ama y te pregunta por los niños; sus lágrimas pretenden arroparlos. El viento gélido ha llegado a la ciudad y llama a tu puerta. El día negro te dice con una sonrisa maquiavélica que arropes a tus hijos y les enciendas el fuego de su habitación. Pero tu amor es una flor en un  pozo; un alarido sordo. Tus hijos no están en sus camas y tu amado llora y se mesa las barbas. El viento te trae sus cadáveres aún calientes; tienen los ojos abiertos y tú se los cierras con un gesto de tus dedos mientras se enfrían. Se los cierras con los ojos del verano; ese verano interminable en que tus hijos jugaban corriendo por los campos al oeste de la ciudad: eran felices y los vientos del verano acariciaba su suave piel de oro. Pero ahora tus dedos son de invierno, de frío y de muerte y tus hijos han muerto; ya no podrás arroparlos. Tu marido se ha suicidado pero tú no tienes tanto valor. Los vientos enfrían el amor del verano, los frutos de los árboles y las flores de la campiña en que solías ir a pasear con tus pequeños. El tiempo de la muerte ha llegado y ahora la vida no es más que muerte viva. Tus hijos han muerto y el verano se ha ido. Se levantan vientos fríos.

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