domingo, 21 de abril de 2013

A la música desde mi ventana

Lo mío con la música es una triste historia. La emoción de los primeros años, con profesores que me alentaban con la misma ignorancia que yo por entonces tenía, me hizo creer que yo me iba a dedicar a ese noble arte. Iba a ser músico, y mi empeño era tal que llegué a pensar que lo que me estorbaban eran los estudios de ESO que yo por entonces cursaba. Quería que acabasen los estudios cuanto antes para dedicarme sólo al estudio de mi instrumento. Pero claro, qué bonito todo, ¿verdad? Tenía un profesor que soñaba más que yo y me hacía ver dioses en sus clases, atiborrándome de música, del estilo que más me gustaba (el clásico), y pensando ya en cómo viviría en Murcia una vez que llegase al conservatorio y como sería el día a día de mi carrera musical. Pero eso eran fantasías alimentadas por mi profesor. Aquello no tardó en caer: mi profesor dejó de ser profesor y mi ilusión comenzó poco a poco a declinar hasta que llegué al conservatorio. Por Dios que aquello era el infierno, o al menos así me parecía. Yo ya iba algo desanimado cuando entré y, para colmo, mi nuevo profesor era alguien despreciable; sólo provocó que llegara a odiar -en algunos momentos- estudiar saxofón y para nada me daba ningún tipo de ánimo o motivación. Mi ilusión para con la música se esfumó, por lo que abandoné mis estudios en el conservatorio. A esta desilusión -pues no fue más que una ilusión- hay que añadirle la situación en que me veía con los estudios que hicieron que poco a poco fuera vislumbrando más mi futuro en las letras que en la música, pues ese futuro musical tan brillante que imaginaba con mi primer profesor ya no era más que una sombra. Una vez al margen de cualquier tipo de estudio musical, me refugié en el único reducto que me quedaba en ese mundo: mi banda, la banda de mi pueblo.

Por eso ahora, en silencio, envidio a los músicos que veo que tienen éxito en su carrera y prosiguen en ese arduo camino día a día junto a su instrumento, dedicándole todo su tiempo y su amor. A ellos los admiro, con profunda sinceridad, pues han podido dedicarse mediante la perseverancia a la disciplina más bonita de todas las artes y ciencias del mundo: la música. Sois vosotros los músicos de verdad, los que con aires de gigante os alzáis entre el resto de mortales consagrándoos a algo que eleva el alma por encima de todos los saberes; algo que se asemeja muchísimo a los dioses. He aquí la dedicatoria de un músico frustrado que escribe desde la nostalgia al que sólo le queda el consuelo de ver pasar estrellas fugaces surcando un cielo áureo y, a lo sumo, trabar conversación con alguna de esas estrellas. Ése es el honor que me resta.