El sentimiento neoplatónico
restringe de manera espantosa
los límites del amor.
No hay reglas, ni pecado;
todo es válido, querida mía.
Amemos, dulce reina,
seamos una única llama
que arda para siempre;
seamos una piel y un solo aliento,
pues vale tanto la piel mortal
como los mil amaneceres
que brotan del alma enamorada.
La caricia, el sexo y el espíritu
van de la mano...
en el amor, claro;
sólo él puede unir en belleza infinita
conceptos tan lejanos.
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